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¿Qué hará Trump sin los migrantes?

En los últimos días, Donald Trump ha dejado clara su incapacidad para comprender los principios del humanismo, ese que tanto México como el resto de nuestra región han defendido a lo largo de su historia.

América Latina no se construyó desde la opresión y la exclusión, como algunos pretenden, sino desde la resistencia, la lucha por la igualdad y el respeto a la dignidad humana.

Trump ha decidido emprender una cruzada contra nuestros pueblos. No le basta con levantar muros físicos; ahora pretende imponer muros diplomáticos, económicos y sociales para someter a las naciones de nuestra región.

Sin embargo, el humanismo que nos define está demostrando ser un escudo mucho más fuerte de lo que él anticipaba.

La retórica de Trump contra los migrantes no solo es cruel, sino también profundamente contradictoria.

¿Qué hará cuando no tengan la mano de obra migrante que aprovecharon por décadas?

Los mismos estadounidenses no están dispuestos a pagar más por los servicios que los migrantes han garantizado con esfuerzo y dedicación.

Desde las fábricas que dependen de trabajadores latinos, hasta las amas de casa que reciben apoyo de un cocinero, jardinero, albañil o carpintero, la economía estadounidense está profundamente entrelazada con la labor migrante.

Incluso servicios más especializados, donde los migrantes han adquirido experiencia y maestría con los años, podrían desaparecer.

Los datos no mienten: más del 70% de los trabajadores agrícolas en Estados Unidos son migrantes. Sin ellos, los campos no se cosechan, los restaurantes no funcionan y las ciudades no crecen.

La paradoja de Trump es evidente: expulsar a los migrantes significará el colapso de sectores enteros de la economía estadounidense, desde la agricultura hasta la construcción y los servicios.

Lo que estos episodios dejan claro es que Trump subestima a América Latina. Cree que nuestras naciones están dispuestas a soportar el peso de sus políticas inhumanas sin alzar la voz.

Pero la realidad es diferente: desde Colombia hasta Brasil y México, nuestra región está demostrando que el humanismo es más fuerte que la soberbia imperial.

En Colombia el presidente Gustavo Petro dejó claro que no aceptaría los vuelos de deportación militar estadounidense en los términos humillantes propuestos por Trump.

“Un migrante no es un delincuente”, afirmó Petro, subrayando que los derechos humanos no son negociables.

Ante esta postura, Trump respondió con medidas coercitivas: impuso un arancel del 25% a las exportaciones colombianas y suspendió visas a funcionarios del gobierno.

Pero Colombia, fiel a su dignidad, solo cedió tras asegurarse de que los vuelos respetarían mínimamente a los migrantes. Aunque Trump celebró el acuerdo como una victoria, fue una negociación forzada que exhibe su falta de respeto por la soberanía de los países.

En el caso de Brasil, las críticas fueron contundentes. El trato degradante hacia los deportados, quienes fueron esposados durante los vuelos, provocó la indignación del gobierno brasileño.

Las imágenes de ciudadanos brasileños siendo tratados como criminales generaron un rechazo rotundo, y las autoridades exigieron explicaciones a Estados Unidos.

Trump, fiel a su estilo, ignoró las denuncias, dejando claro que su prioridad no es la humanidad, sino el espectáculo.

México no ha sido ajeno a esta política de agresión. La presidenta Claudia Sheinbaum, firme en sus convicciones, declaró que “México no es colonia de nadie”, enviando un mensaje directo a Washington.

A pesar de las provocaciones, México ha decidido no ceder ante la retórica del miedo y la coerción.

La política de “Quédate en México”, reinstaurada por Trump, ha generado una crisis humanitaria en la frontera. Refugios desbordados, comunidades vulnerables y una carga desproporcionada para nuestro país son las consecuencias de estas decisiones.

Sin embargo, México ha optado por resistir desde la solidaridad y el compromiso con los derechos humanos, un enfoque que desnuda la insensibilidad de Trump.

La historia será implacable con Donald Trump. Las políticas basadas en el odio, la exclusión y el egoísmo nunca han llevado a la grandeza. América Latina, con sus valores profundamente humanistas, ofrece un ejemplo de cómo se construye una sociedad más justa y equitativa.

Al final, no serán los muros ni los aranceles lo que quedará como legado de esta época. Será la resistencia de nuestros pueblos, la dignidad de nuestros líderes y la fuerza de nuestra humanidad lo que prevalecerá.