Durante el intenso debate presidencial, la tensión entre Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez fue palpable. Gálvez, intentando destacar las fallas de Sheinbaum en tragedias pasadas como el Colegio Rébsamen y la Línea 12 del Metro, la describió como insensible. Respondiendo con firmeza, Sheinbaum refutó cada acusación, defendiendo su gestión y criticando a Gálvez por lo que consideró tácticas políticas oportunistas. Además, Sheinbaum puso en tela de juicio la declaración patrimonial de Gálvez, sugiriendo posibles irregularidades y enriquecimiento inapropiado durante su tiempo en el Senado, lo que subraya una estrategia de defensa agresiva y directa frente a las críticas.
Sheinbaum aprovechó la oportunidad para destacar las políticas de su administración que, según ella, han mejorado significativamente la infraestructura y la respuesta a emergencias en la Ciudad de México. Argumentó que sus esfuerzos han sido malinterpretados y utilizados políticamente contra ella. Este intercambio mostró no solo las diferencias en políticas y personalidades entre las dos candidatas, sino también el claro contraste en cómo cada una percibe y aborda los problemas de gobernanza y ética.
El debate se volvió un campo de batalla donde cada candidato buscó destacar sus fortalezas y exponer las debilidades del otro. Sheinbaum, en particular, se enfocó en desmantelar la narrativa de Gálvez, insistiendo en su propia visión de un gobierno honesto y transparente, frente a lo que ella describió como una campaña basada en falsedades. Este enfoque podría reforzar su imagen de liderazgo decidido y comprometido con la verdad frente a los votantes.