Una tarde de octubre de 2022, el sol iluminaba un pequeño y elegante restaurante de la Ciudad de México en Polanco, Marco Cortés líder del PAN, se encontraba reunido con Eduardo Rivera.
Entre carnes y vino fino, Marco ofreció a Eduardo una propuesta que marcaría su carrera política, ser el candidato del PAN a la gubernatura de Puebla.
En esa época, Fernando Cortés, el hombre de confianza de Eduardo Rivera, lo acompañaba a cada reunión, incluidos los encuentros con líderes clave como Miguel Ángel Mancera, Alito Moreno y el propio Marco Cortés. La senadora Nadia Navarro también estuvo presente en algunas de estas reuniones que ella misma generó, abogando a su vez por su candidatura al mismo puesto, convencida de que era la mejor alternativa para llevar la bandera del PAN y considerando la ventaja de ser mujer en estos tiempos electorales.
Sin embargo, Marco Cortés no titubeó. Encomendó a Roy Campos una encuesta para medir la aceptación de cada candidato potencial. Los resultados fueron concluyentes: Eduardo Rivera era el único que podría asegurar la competitividad necesaria para fortalecer las filas del PAN en Puebla, garantizando espacios tanto en el Congreso local como en el federal, y en las presidencias municipales, aunque no tenía los números para ganar, nadie más lo tenía en el partido azul.
Eduardo se mostró reacio. Prefería buscar un lugar en el Senado y asegurar una posición en el Congreso local para su esposa Liliana Ortiz. La presión aumentaba con cada encuentro. Nadia Navarro se impacientaba, y Marco Cortés, decidido a no dejar su plan caer en el vacío, volvió a presionar a Eduardo para que aceptara. Sin embargo, Rivera ya había medido sus posibilidades frente a los candidatos de Morena, Nacho Mier y Alejandro Armenta, y calculaba que el costo de una campaña competitiva sería demasiado elevado aún con apoyo financiero suficiente no tenía los números.
Marco Cortés, enfurecido por la negativa de Eduardo, lo citó en el Hotel Hilton para una última conversación. Entre las sombras de la noche y la tensión que envolvía el lugar, Marco dejó un mensaje claro como el cristal: Eduardo debía aceptar la candidatura o el PAN no le ofrecería ningún espacio a él ni a su equipo. Sin ese respaldo, el grupo de los yunquistas estaría condenado, perdiendo el poder político serían presa fácil para el partido oficialista y un sin número de auditorías dejarían totalmente debilitado a su equipo.
Molesto, Eduardo Rivera pensó en buscar una alianza con Morena, pero semanas después, bajo la presión de los líderes de la coalición opositora, reconsideró su posición. Aceptó la candidatura a cambio de tener el control sobre la distribución de espacios políticos en Puebla, así se convirtió en el gran elector del
Panismo, decidiendo quien y donde.
Así aseguró un escaño para su esposa Liliana, también posiciones para otros amigos y líderes del panismo tradicional.
Así, Eduardo se lanzó a una aventura política donde conocía el resultado, con la promesa de defender a su partido, mientras su aceptación generaba ira en Nadia Navarro y otros aspirantes. Sin embargo, Eduardo logró negociar con astucia con ellos creando un camino para su propia visión de un futuro político en Puebla en donde no controla el estado, pero sí a su partido político.
Eduardo Rivera, consciente de las circunstancias, encaminó su estrategia hacia la supervivencia en un contexto político cada vez más dominado por la popularidad y las políticas del presidente López Obrador. Esta atmósfera política se veía reforzada por la creciente figura de la doctora Claudia Sheinbaum, cuya trayectoria y liderazgo apuntaban a consolidarla como una candidata presidencial formidable y potencialmente la primera mujer en ocupar el puesto. Así también la simpatía y el respaldo que Alejandro Armenta recibía en Puebla añadían otra capa de desafío para su aventura.
Rivera sabía que su campaña no solo enfrentaba una batalla cuesta arriba, sino una casi seguramente perdida en términos de la gubernatura. Su decisión de aceptar la candidatura, por lo tanto, se enmarcó no tanto en una expectativa de victoria, sino en una estrategia de contención y supervivencia. La meta era mantener y asegurar cada uno de los pequeños bastiones de influencia que el PAN aún conservaba en Puebla, enfrentando así la “aplanadora” de votos que se proyecta a favor del Morena como partido en el poder.
El enfoque de la campaña de Rivera, por lo tanto, se centró más en preservar lo que se pudiera del PAN en Puebla, evitando la debacle que vivió el PRI que prácticamente se extinguió en el estado.
Este era un juego de resistencia y mantenimiento, donde cada punto conservado en las elecciones se convertía en una pequeña victoria dentro de un panorama más amplio de redefinición y ajuste estratégico del partido.
Así, mientras los escenarios políticos mayores se jugaban en otros frentes con actores como Sheinbaum y Xóchitl siendo ungidas como las candidatas presidenciales, Rivera y su equipo se enfocaron en batallas locales, intentando garantizar que, a pesar de los pronósticos, el PAN conservara una voz y un espacio en la política poblana.
¡Su lucha es por cargos, sino por la supervivencia política de su grupo!
En el tiempo donde la aceptación del presidente López Obrador es la más alta en la historia de México y donde enfrentarse a MORENA es una lucha contra un titán que arrasa todo a su paso, la lucha de Eduardo Rivera por aferrarse al poder es valentía.