En el vasto y complejo tapiz de la historia, México ha sido escenario de imperios poderosos y movimientos revolucionarios. Hoy, en pleno siglo XXI, el país se encuentra en medio de una transformación profunda, orquestada por aquellos que, durante años, fueron relegados a los márgenes del poder. Los pobres de México, con su voto, no solo decidieron cambiar el rumbo de la nación, sino que entregaron un cetro simbólico al proyecto de la Cuarta Transformación. Con una mayoría calificada en el Congreso, otorgaron a Claudia Sheinbaum y Andrés Manuel López Obrador la capacidad de reformar la constitución y de erigir un nuevo orden que desafiara las estructuras tradicionales.
Esta dinámica de poder, en la que los más desfavorecidos entregan su confianza total, evoca imágenes de antiguos imperios. No obstante, en lugar de un rey o una reina, han elegido a la primer mujer presidenta de la historia que, en lugar de imponerse por derecho de sangre, se ha ganado su lugar a través de décadas de lucha social. En lugar de una monarquía hereditaria, lo que se vive es una auténtica revolución de ideas, una que busca inscribir en la historia una narrativa donde la justicia social y la equidad son pilares fundamentales.
Sin embargo, no todos ven con buenos ojos esta nueva configuración del poder. Enrique Krauze, historiador y crítico ferviente del proyecto obradorista, ha insinuado que México está a las puertas de una monarquía, un comentario que, lejos de ser tomado en serio, ha generado risas en el palacio nacional. “El 1 de octubre vamos a coronar a Claudia Carlota de México”, bromeó el presidente, haciendo alusión a Claudia Sheinbaum, quien continuará su legado con una aprobación histórica del 73% de los ciudadano.
López Obrador descalificó las palabras de Krauze a las que calificó de “ridículas” y “sin fundamento histórico”.
El comentario de Krauze no solo es una parodia del modelo monárquico, sino también un intento de desacreditar un movimiento que ha sido, desde sus inicios, profundamente democrático y que se construyo con una lucha social histórica. Para AMLO, la idea de que la 4T se asemeje a una monarquía es tan absurda como comparar el proceso de empoderamiento popular con la imposición de un régimen militar. La Cuarta Transformación no se trata de coronar a un líder, la oposición por ello nunca dejó de intentar engañar a la población con la supuesta reelección de López Obrador, se trata de consagrar un cambio que refleje la voluntad de un pueblo que, por primera vez en mucho tiempo, tiene el poder de decidir su destino.
Ese guiño histórico a las monarquías por parte de la oposición, que olvidan que la breve y trágica monarquía de Maximiliano terminó en el fracaso después de solo 3 años, olvidan que mientras que el Imperio de Maximiliano fue impuesto desde fuera, la Cuarta Transformación es un movimiento que surge desde las entrañas del pueblo y es creado por el mismo descontento social que creó la independencia y la revolución. Quieren confundir diciendo que se trata de una monarquía, pero es su forma de intentar ocultar una revolución pacífica que, armada con el poder del voto, busca transformar las estructuras del poder y darle un nuevo significado a la democracia.
El poder conferido a la 4T por los sectores más pobres de México no es un cetro dorado o una corona de oro, son picos, carretillas y palas para demoler las barreras que mantienen oprimido a quien menos tiene y construir un nuevo futuro reformando profundamente el país.
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El poder otorgado a quien se sienta en la silla del águila es la confianza total que han depositado millones de mexicanos en un proyecto que, en lugar de perpetuar las desigualdades, busca erradicarlas.
En lugar de coronar a un rey o a una reina, los mexicanos han elegido un camino de justicia social, igualdad, dignidad, amor por sus raíces y a su pueblo.
El debate sobre la naturaleza del poder en la 4T sigue generando controversia. Los críticos, como Krauze, continúan levantando la voz, advirtiendo sobre los peligros de concentrar tanto poder en un solo proyecto político. Para ellos, la posibilidad de una “coronación” no es tan ridícula como parece; es una preocupación real sobre los límites de la democracia en un contexto de cambio tan radical.
Al final, lo que está en juego no es la instauración de una monarquía, sino la redefinición de la democracia mexicana. ¿Es posible que una transformación tan profunda como la que propone la 4T se realice sin caer en los vicios del poder absoluto? ¿Puede un movimiento que nace de la voluntad popular mantenerse fiel a sus principios fundacionales mientras navega por las aguas turbulentas del cambio estructural?
La historia de México, rica en ejemplos de revoluciones y caudillismos, nos enseña que el poder es una espada de doble filo.
Pero también nos muestra que cuando el poder se ejerce en nombre del pueblo y con su respaldo, puede ser una fuerza para el bien. Los mexicanos han decidido dar un voto de confianza. Y en ese gesto, más poderoso que cualquier corona, yace el verdadero reto de la Cuarta Transformación: demostrar que el poder conferido por el pueblo puede transformar la nación sin traicionar su esencia democrática.
Así, la 4T avanza, no como un imperio, sino como un proyecto que demostró ser una revolución de ideas, una en la que los verdaderos soberanos son aquellos que, por primera vez, se sienten parte de la historia que están escribiendo.