Nunca me he sentido identificado con los ricos ni con sus descendientes los “juniors”, pero entre ellos hay niveles, hay “juniors tóxicos” dentro de esa élite mexicana que desde sus privilegios, observa al país desde lo alto, con una mezcla de burla y desprecio. No soy de los que nacieron con cuna de oro, ni con los contactos predeterminados para abrir puertas; mi identidad y mi causa están más cerca del pueblo, de la realidad cruda que enfrenta la mayoría. Y es por eso que me resulta tan indignante la postura de personajes como Claudio X. González, quien representa esa cúpula de poder que parece no entender –o, peor aún, rechazar– los esfuerzos por transformar a México en un país más justo y equitativo.
En más de una ocasión, me tocó golpear puertas en ese mundo, en el mundo de los socios, amigos y aliados de Claudio. A veces para intentar abrir oportunidades de negocio, otras veces por cuestiones personales o profesionales. Me encontré con esas figuras altivas, envueltas en trajes a medida y miradas que te escanean de arriba abajo, juzgándote desde los zapatos hasta las uñas. Porque en el mundo de los “juniors” y “empresarios” tóxicos de México, si no tienes, no vales. Si no perteneces a su círculo exclusivo, eres solo otro extraño al que miran con desconfianza, aunque a veces accedan a hacer negocios contigo. Pero que quede claro: nunca te consideran uno de ellos. Eres un bicho raro al que toleran por conveniencia, pero al que nunca aceptarán en sus círculos.
Claudio X. González es el rostro más visible de esta élite. Encabeza una clase que, lejos de comprender la nueva realidad del país, se aferra desesperadamente a mantener sus privilegios, como si el cambio fuera una afrenta personal. Desde su organización, Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), Claudio se presenta como un defensor de la transparencia y la justicia, pero resulta inevitable cuestionar si su lucha es realmente por el bien de México o por preservar los intereses de su propia clase. Su agenda “anticorrupción” parece selectiva, dirigida únicamente contra el gobierno de la Cuarta Transformación, mientras deja en la sombra a otros actores de la élite empresarial. Porque, al final, en su lógica, la corrupción solo es un problema cuando afecta a los suyos.
Estos “juniors tóxicos” no solo representan una élite empresarial; representan una mentalidad que considera la desigualdad como algo natural e inevitable. En su mundo, las políticas de redistribución y el fortalecimiento del Estado son vistas como amenazas, intentos de romper con la “normalidad” que ellos han disfrutado por generaciones. La realidad de México –un país donde la mayoría lucha por salir adelante, por tener una vida digna y por ver un futuro para sus hijos– es ajena y hasta incomprensible para ellos.
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He vivido en carne propia lo que significa enfrentarse a esa clase de personas, los que ven el país como un tablero donde solo los poderosos tienen derecho a mover las piezas. He sentido la mirada altiva de quienes creen que su valor proviene de sus apellidos o de sus fortunas, que juzgan cada detalle, que se sienten cómodos manteniendo al resto en su lugar. No soy uno de ellos. Nunca lo fui y nunca lo seré. Porque yo entiendo lo que significa esforzarse, construir desde cero y, sobre todo, comprender que México no puede seguir siendo un país de élites intocables y mayorías desposeídas.
La lucha contra los “juniors tóxicos” no es un ataque contra quienes tuvieron la fortuna de nacer en circunstancias favorables; es una batalla contra aquellos que, desde sus burbujas de privilegio, bloquean el camino hacia una vida digna para todos. Claudio X. González y sus aliados son el reflejo de un México que debe ser superado; un México de exclusión, de puertas cerradas, de “si no tienes, no vales”.
Que Claudio y su círculo continúen defendiendo su realidad, pero que no olviden que hay una nueva generación que no va a pedir permiso para cambiar las cosas. Un México donde todos tengamos la posibilidad de avanzar, sin que una élite poderosa obstaculice el camino. Esta lucha es por todos los que, como yo, alguna vez golpeamos esas puertas y recibimos miradas de desprecio, por los que creemos en un México que no pertenezca a unos pocos, sino a todos. México merece algo mejor, y esa es la causa que verdaderamente me representa.