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Las universidades interculturales en México y el problema de los pueblos originarios

Las universidades interculturales nacieron como un proyecto del Estado mexicano para dar un giro multicultural de estado mexicano. Fue a partir de la década de los dos mil cuando en el gobierno de Vicente Fox se crearon la mayoría ellas en varios estados del país. La primera fue la Universidad Intercultural del Estado de México en San Felipe del Progreso, fundada en 2003;[1] a la fecha hay cerca de veinte instituciones de este tipo en México. La llegada de estas instituciones vino de la mano de la reforma al artículo segundo constitucional que, a partir del año 2001, declara que “México es un país pluricultural” que se fundamenta en los “pueblos originarios”. A la par desapareció el Instituto Nacional Indigenista (INI), para dar paso a la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) y se constituyó el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI).

Su establecimiento, abrió, por un lado, la posibilidad de emplear a profesionales egresado de diversas carreras, especialmente de las Ciencias Sociales y Humanidades; así, se contrataron antropólogos, historiadores, lingüistas, filósofos, entre otros. Por el otro, y probablemente la intención principal, consistía en saldar las cuentas con los pueblos originarios del país. Es decir, otorgarles una educación de acuerdo con las necesidades prioritarias dentro de sus regiones. Por este motivo, las carreras que se crearon se diferenciaban del resto de las universidades por el énfasis puesto en el aspecto comunitario e intercultural, lo que significaba crear propuestas educativas que descansaran en la preeminencia de la diferencia cultural. De este modo, hubo que hacer adecuaciones de orden pedagógico que “visibilizara” las particularidades locales.

De la mano de diagnósticos regionales hechos por los profesores y los alumnos, podría tenerse un mapa de las ventajas y potenciales de lo que suele llamarse las “regiones interculturales”. Una vez realizados estos diagnósticos, se pensaba que podrían generarse respuestas adecuadas a cada entidad, revirtiendo la pobreza y la marginación reteniendo a los estudiantes en sus lugares de origen, generando fuentes de empleo para los graduados de las distintas carreras y evitando con ello migración. De la mano de la sustentabilidad, la revitalización de las lenguas originarias y la gestión intercultural se creía poder desarrollar las regiones interculturales, además de resolver los estragos de la migración, como la desintegración familiar, por ejemplo.

Aunque la intención de estas universidades era cubrir las necesidades de los pueblos originarios, lo cierto es que también formó parte de una estrategia para contener el avance del Movimiento Zapatista iniciado en Chiapas en 1994 que, a inicios del siglo XXI, se había ganado la simpatía de la sociedad civil, entre la que se encontraba la población universitaria; por lo que el giro multicultural era una forma de despolitizar el asunto. De esta manera, las legítimas demandas políticas, sociales y económicas de los indígenas se redujeron al reconocimiento de derechos culturales e identidades étnicas con el objetivo de construir una ciudadanía multicultural. Así, por ejemplo, debía haber instituciones para los nahuas, para los mazatecos, los totonacos, y todas las etnias con posibilidades de expresarse. Lo que no se ha dicho hasta ahora es que quienes tienen la posibilidad de hacerlo, son los grupos que históricamente han tenido mayor organización, presencia y poder económico, mientras minorías indígenas continúan hacia la marginalización.

A más de veinte años de iniciado el proyecto intercultural, no se han logrado revertir los problemas que aquejan las poblaciones indígenas, como arraigar a los estudiantes que dejan sus lugares de origen buscando mejores oportunidades de trabajo en otros lados del país o en los Estados Unidos.

Entre otras razones, porque por una cuestión ideológica de superioridad criolla, que viene de muy atrás, aún se considera a las “comunidades indígenas” como una realidad aparte del resto de la población. Aunque esto lo han rebatido muchos antropólogos e historiadores demostrando que históricamente estas poblaciones han estado integradas como una reserva de mano de obra barata desde la colonia y sujetas a los vaivenes de la economía allende las fronteras nacionales. A pesar de las evidencias, lo que impera en el imaginario social es una visión romántica que se aferra a creer que los indígenas son una reliquia del pasado en el presente, es decir, un “patrimonio”.  Pero lo que no se advierte es que con esta manera de pensar se les niega ser nuestros contemporáneos. De tal suerte que el país no puede llevar a cabo políticas de desarrollo como si las “comunidades” indígenas fueran entes aislados. Por ejemplo, no es un secreto que la dependencia de México respecto a Estados Unidos se corrobora en buena medida por las remesas enviadas por lo emigrados que trabajan allá y que cada año se incrementan.  Quienes emigran también provienen de los pueblos originarios, siendo una falacia el que se trate de poblaciones con sus propios usos y costumbres y ajenas al curso de la sociedad en su conjunto. 

Por eso, en vez de seguir pensando en los pueblos originarios como poblaciones encerradas en sí mismas, sería saludable que pensemos que se trata de sociedades abiertas. Evidentemente con dinámicas históricas particulares e impenetrables, como sucede con cualquier localidad de México y el mundo, pero abiertas, a fin de cuentas.

Desde mi punto de vista, lo que sí han logrado algunas universidades interculturales es revitalizar las lenguas indígenas. Sobre todo, promoviendo la escritura que es una de las habilidades lingüísticas que se había abandonado durante el siglo XX. Si bien, había recaído en los profesores bilingües esta tarea, el relevo se dio en las instituciones interculturales. Este ha sido un efecto saludable, que debemos reconocer. Como es el caso de la Universidad Veracruzana Intercultural (UVI), especialmente la sede ubicada en Tequila en la sierra de Zongolica, que comenzó a funcionar en 2005. Esta es un ejemplo de lo que se puede lograr cuando se trabaja en un grupo colegiado. No sólo se han escrito tesis de licenciatura en lengua náhuatl, cuya defensa se lleva a cabo en este idioma. También han logrado crear la Maestría ipan Totlahtol iwan Tonemilis (Maestría en Lengua y Cultura Nahua), que es un experimento interesantísimo donde las clases se imparten en lengua náhuatl, se escribe la tesis en el mismo idioma y su defensa frente a un comité ocurre de la misma manera.

La UVI demuestra que, a pesar de las circunstancias, cuando un grupo de profesores logra ponerse de acuerdo, los proyectos pueden realizarse de manera seria. Es imposible saber cuál será el futuro de esa maestría, pero lo que están haciendo está abriendo brechas que pueden seguir otras instituciones. Los estudiantes que investigan asuntos relacionado con la educación o con temas actuales que aquejan a la región, están demostrando que la lengua náhuatl tiene un potencial enorme para expresar situaciones del mundo contemporáneo. Al mismo tiempo, los alumnos junto con los docentes se esfuerzan adaptar el vocabulario existente a la academia y, cuando es necesario, recurren a la creación de neologismos. Si bien se trata de un lenguaje especializado, no sabemos si este logrará trascender las aulas y con el tiempo ingresar en el habla cotidiana. Si al paso de los años llegara a ocurrir esto, no cabe duda de que el náhuatl tendrá un lugar protagónico en México. Si hoy ya se escribe cuento y poesía, entonces llegará el momento de la novela, la historia o el cine. La calidad de lo mismo es otro tema; de momento, lo importante es el intento de llevarlos a cabo. Y, en la medida en que quienes escriben en lengua náhuatl lo hagan de manera profesional expresando sus preocupaciones actuales, es deseable que vayan desprendiéndose del elemento étnico. Este elemento resulta perjudicial porque promueve el chovinismo que va asociado a un etnonacionalismo. Y lo que se esperaría es que la escritura en lenguas indígenas se despoje de esas ataduras, salga de su provincianismo, abrace el universalismo y se abra al mundo tratando de explicarlo en toda su complejidad.

Aparte de visibilizar a los pueblos originarios, las universidades interculturales han dado una nueva forma a las relaciones regionales, estableciendo pequeños grupos de jóvenes educados que sirven como intermediarios culturales entre la población y las autoridades locales.  Al mismo tiempo, entre los grupos indígenas existe una mayor fragmentación por el hecho de que se apostó por el reconocimiento de derechos particulares, en lugar de demandas colectivas como el empleo o una distribución justa de la riqueza. No se ha tocado el punto más incómodo que es que los derechos diferenciados pueden traer una balcanización territorial; lo que resulta bastante peligroso, ya que cada grupo étnico puede, basado en el derecho, reclamar para sí territorios que considere suyos. De la mano de líderes con supuesto arraigo comunitario, pero con interese y ambiciones políticas, podemos caer en la peligrosa limpieza étnica, como lo planteó el ya finado antropólogo mexicano Luis Vázquez León en su excelente libro Multitud y distopía. Ensayos sobre la nueva condición étnica en Michoacán.

En el momento actual, el asunto de la inclusión es un tema prioritario en diferentes agendas políticas o educativas, pero esta es más aparente que real. Sobre todo, porque se lleva a cabo mediante cuotas en que predomina el origen étnico, como es el caso. Solo pocos, los más hábiles para moverse dentro de la política identitaria son y serán los beneficiados. El resto, aunque hablen una lengua indígena, no necesitarán del reconocimiento porque su presencia depende de sus capacidades intelectuales. En todo caso, no es deseable para México que volvamos a la era de castas colonial, ni tampoco que nos dividamos entre indígenas y mestizos y acumulemos rencores mutuos, muchas veces mal orientados. Sería más provechoso reconocer que la división elemental sigue siendo la clase social y no el mero origen étnico, aunque estos están interrelacionados.


[1] Véase Celote Preciado, Antolín (2013). El nacimiento de la primera universidad intercultural de México. Cuando el sueño se hizo palabra. México: SEP-CGEIB. https://dgeiib.basica.sep.gob.mx/files/fondo-editorial/educacion-intercultural/cgeib_00036.pdf

Autor: Dr. Edmundo Hernández Amador

Departamento de Investigaciones Históricas del Movimiento Obrero (DIHMO)-VIEP, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

Editor: Fernando Gabriel

Investigador en la Universidad de Wageningen, Países Bajos.